Mi Rincón de Bartolito el del Molino

Y si he rogado para que se adjunte el presente escrito, es para recodar la existencia del PASEO BARTOLITO EL DEL MOLINO, que afortunadamente se inauguró el 22 de enero de 2006, y está ubicado entre las calles Paseo de los Guanartemes y la Calle Delgado, concretamente frente a la salida de la parada de guaguas y el ambulatorio de Gáldar. Hecho realizado por la Corporación que presidía don Manuel Godoy Melián. Seguramente lo habrá pasado por alto debido a que su trabajo lo ha querido centrar en el valor etnográfico del molino, pero entiendo también, que no debemos olvidar en ningún momento a las personas que han destacado el valor histórico, naturalmente si hablamos de historia como así ha titulado su artículo.
 
Aprovecho, para solicitarle su ayuda, al ver el interés que ha mostrado por nuestros valores históricos, y es que entre todos: Usted, mi cuñado Antonio, y su hijo Mario (mi ahijado), entre todos, repito, logremos las reivindicaciones que realicé en el momento de la inauguración del Paseo, y es la que le hacía en su momento al Ayuntamiento en la persona del Alcalde de la Ciudad, que por supuesto debe recogerla la actual corporación y que es la siguiente
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EL MOLINO
Sigue el aire moviendo sus aspas,
desafiando al tiempo cual inmortal
Dios del Olimpo, majestuoso en su Rojas,
cuna natal que le vio nacer.
A la entrada de Rojas, veo en el laberinto
de los recuerdos, a la chica tímida, que
sentada indolente bajo los suaves rayos del sol,
inspiraba el olor a cebollas y plataneras,
saboreando por todos los poros de su piel
el olor de Gáldar,
ese peculiar olor de ancestros,
de tierra Guanche.
A esos momentos mágicos se sucedía
el ritual de ir al molino, con una taza de gofio,
donde Bartolito el del Molino de Rojas,
como cariñosamente le llamaban,
ordeñaba una cabra y vertía el manjar en agradecido recipiente.
Bartolito inspiraba sobriedad,
pero a la vez cariñito,
el mismo que Lucía, su amada mujer.
Ella vivía maravillosos momentos,
en la dulce compañía de primas,
y en especial una, qué llenó sus
momentos de magia cósmica.
Las montañas tenían vida propia,
y se deslizaban sinuosas
esquivando las furtivas nubes
qué jugaban al escondite con el sol,
mientras el agua discurría por la acequia,
qué cual lengua viva, emitía sonidos de
saludos y cantos que llamaban a algarabía
de las mujeres lavanderas.
El molino erguido, cotilleaba las idas
y venidas de los moradores del reino de Gáldar,
y cual castillo, con su trono y aposentos,
en la figurativa almena de su imaginación,
ella miraba las cálidas cuevas que acogían
el sueño de la familia y el de ella propio
bajo la entrañable vigilancia
de sus amados consortes.
La inmortalidad de los recuerdos
sacuden el alma de la poetisa,
que inexorablemente,
va caminando al lado del tiempo,
dejando atrás esos seres queridos,
en un camino sin retorno, pero nunca
sin memoria.

Rosa María Santana Vega